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Diario de una amante

Bárbara Tapia Moreno

Me desperté tomándote de la mano mientras tus dedos se entrelazan cada vez más despacio, tan despacio que el soplo del viento se detuvo a vernos desde mi ventana. Mis ojos se llenan de lágrimas ante la adversidad que golpea mis anhelos, apuñala el sentir y lo toma de los talones para no dejarlo ir. 

​

Me desperté sollozando, arrastrándome a gatas por mis propios rincones empolvados. Me desperté amando un latir azucarado bañado de chaladura, un latir tan sencillo que hace que el cielo se torne de mil colores, latir estridente, latir ajeno…

 

Tu latir.

 

Cada suspiro se impregna de mi miseria y se burla de cada lágrima que sale sin paraguas, cada uno de ellos atraviesa mis manos y resbala por mis huesos desgastados. Me encuentro de rodillas ante tu porte, implorando que el sueño no juegue con la inestabilidad del corazón; corazón magullado, corazón extenuante, corazón estrepitoso que siente cada que late. 

 

Abraza mis penas hasta que olvide el enteco vacío que perfora mi alma, abrázame hasta que nuestras melodías canten al unísono, abrázame de esa manera que solo tú conoces. Abrázame y desnuda mis miedos con cada una de tus pestañas. Haz que las estrellas giren en donde suelen caer, que mis olas se vuelvan mareas que descansan entre tus costillas. Haz aquello que mis ojos anhelan con desbordante pasión que no cesa. 

 

Me desperté un domingo, pensando todo eso. 

 

Me levanto con el rayo del sol que acaricia cada pequeño cairel que resbala por mi hombro. Tengo la sensación de tu aroma vagando por mis memorias. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza y una vez más, me siento inconclusa. 

 

Mis gritos se reflejan en el espejo que me viste, y por más que mi cabello cepille no se desprenden de mí aquellos pensamientos que me hacen retroceder, que me recuerdan la fúnebre expresión que cuelga tras mis orejas y cubro con un velo de tul. 

 

No desprendo, no olvido, no quiero pero sí siento. Cabeza revuelta que vuela por tus cielos y despega de mis arcas para remar sin rumbo alguno. 

 

Entre pensamientos que aletean en perfecta sintonía, me encuentro con el miedo de perder. Perder aquello que me ilumina cual luna creciente que emana luz cálida en el cielo despejado, me aterra. Aterran los ojos que acechan al corazón poeta de esta pobre indiscreta. Indiscreta mi manera de amar hoy y siempre a aquello que defiendo a puño y muerte. 

 

Perderte en el miedo y no encontrar tu nombre me condena cada noche a sentir sin ningún reproche. Correr, gritar, profesar por el sentir que emana de mi pecho; mi vestido blanco se cuelga de mis talones mientras voy deprisa a encontrarme en tus brazos, corro y me detengo en seco. El acero me toma de las manos y desprende de mi cuerpo el vestido blanco que quería que vieras con esos ojos tan embelesados. 

 

Tú en la avenida, yo en la esquina bajo la misma luz cristalina, quiero cruzar más allá del callejón mientras te tomo de la mano antes de que suene el reloj. Quiero tanto que me olvido de tus sueños, me vuelvo egoísta ante el corazón que se agacha hasta mis penumbras, quiero tanto que dejo de lado saber que tanto tú quieres querer al corazón que tanto te quiere. 

​

Quiero tenerte, quiero sentirte, caminar descalzos y no solo a plazos. Es complicado mirarte a través de estos ojos cansados, amarte con el corazón pálido, sostener la idea que me detiene de poder amarte y no solo mirarte. Es complicado y me vuelvo demente, inerte de mente de querer amarte libremente. 

 

Mi carmesí cae en la demencia esperando que te quedes, que el estridente ruido que nos atormenta solo sea pasajero y no te lleve con el soplo del viento. Imploro ante los delirios que se cuelan por mis mejillas coloradas, que se balancean en el borde de mi perdición absoluta hasta alcanzar los estragos quemados de mis susurros ya vagos. 

 

Me levanto y como cada mañana deseo no sentir a mares, bailar descalza sin miedo a quemarme, sonreír al sol sin sentir pena por la luna, que complicado el fervoroso dolor que me acompaña en agonías. 

 

Cada paso que doy se siente como un pesar que se cuelga de mis hombros y da vueltas hasta caer al suelo, el viento me despeina y me pasa saludando recordándome todo aquello que nunca lograré y solo anhelaré; una libertad despreocupada que baila en una danza eterna bajo las faldas de una amante. El viento es amigo mío y aun así toma de la mano a todos mis temores para ni siquiera llevárselos consigo. 

 

Qué agotador a los oídos que escuchan de mis agudos lamentos que alcanzan los cielos, qué suplicio el tuyo que incluso te encuentres entre mis poesías, qué martirio a todos aquellos que tienen que oír como mis costillas se desgarran y se quiebran entre mil palabras. Qué egoísta es pedir consideración para este corazón en cuestión, que no tiene solución ni evolución y al parecer ya no me dan devolución. 

 

Qué dolor el mío de sentir tu dolor para que no me dejen sentir con apasionante fervor. 

 

Quema el alma de los corazones que se rozan, que se palpan y sienten como las palabras escapan. Amantes que danzan en la lluvia de lo desconocido, descalzos al reconocer sus rostros iluminados bajo la luz de la luna, sedientos de ternura y carentes de cordura. Amante del lienzo que pinta tu sonrisa y de los labios que besan la sutil brisa. Me declaro amante de aquella poesía que se cuela entre mis páginas y se impregna con la tinta de mi alma. 

 

Me acurruco entre esporádicos momentos que se impregnan de mí, hasta que alcanzan los hoyuelos de mi espalda y veo como se deslizan lentamente dejando al descubierto. Me arropo en sábanas tibias con olor a terneza que no se quita. Me oculto para pasar desapercibida, aunque sé que mis tobillos sobresalen del borde la cama, hundidos y fríos como siempre. 

 

Llevo conmigo una manta con recuerdos tuyos, manta que recubre mi cuerpo y me recuerda que estás ahí a pesar de los cristales que nos envuelven las rodillas, nos recubren de dolor que penetra las entrañas y nos empapa las pestañas. Camino sintiendo cada bache, las uñas enterradas me suplican por descanso, pero los pies testarudos ya te quieren alcanzar. 

Camino y sufro, esperando rozar libertad huyendo de la tempestad, camino y no me falta voluntad para tu alma por fin alcanzar. Recorro el tramo de piedras que yo misma he labrado, la brisa me enchina la piel, pero me cubro con aquella manta que me sigue siendo fiel. 

 

El sol acaricia mi piel y sigo deseando sentirme completa por primera vez. Los caireles en mi hombro crecieron tanto que la navaja perfila el borde que los destila. Crecen por debajo de mis pies cientos de praderas con finas margaritas que empalagan tu nariz, crecen tan hondo que mis aturdidos ojos olvidan ver que florecen agraciadas como siempre. 

Es aquella melodía la que aturde el sentimiento y atolondra la magra cordura que yace en mi córnea, y aquellas cadenas que se azotan tras de mí, perpetuando mi martirio… aumentando mi delirio.

 

Qué mártir la ruleta que da la vuelta en cada curva de cadera, aquella que aspira mares para nadar en el riachuelo obsoleto que canta el mismo soneto. Alabada la esperanza que se pinta momentáneamente en el liso lienzo que te quita el aliento con el soplo del viento, perennizar el momento todos que la nube canta lluvias. Arrebátame, pues te regalo mi último aliento que atesoro y que guardé con tanto deterioro. Tomen todo de mí y aprenderé a dar de más. 

 

La mañana termina y me recuerda a qué le temo, rostros pusilánimes que se hunden en el sueño eterno y aguardan bajo mis pestañas.  Me despojan de mis latidos y la piel se me desprende con el toque de mi propia pluma. El frío de mi cama me recorre los pulmones, me desabrocha la playera y me quedo pasmada ante la adversidad del momento, y aunque cierro los ojos esperando sentir lejos del alma, sé que ahí estará observándome desde el techo. 

 

En la noche se escuchan susurros, sus pisadas brincan a través de mi rastro de lunares, sus uñas estarán marcadas por mi abdomen y cubrirán mis talones. La incertidumbre me observa desde aquel rincón. 

​

Es aquella descarada que me inhibe de respirar, me tira hasta el cansancio y se enreda tan despacio. Es la ingrata que se ríe a carcajadas de los estragos que deambulan por mis paradas, la cínica que canta y baila en el reposet de la estancia. Viaja entre los cuadros y vaga por el miserable suelo de concreto. En las noches desoladas me toma con sus impasibles manos, cegada y con los ojos vendados me guía hasta donde empezamos. Sus heladas manos pasan por mi cabello suelto y despeinado, me acaricia suavemente que olvido el miedo creciente y tan latente. Me contengo y así me duermo.

 

Una vez más, me vuelvo a levantar. 

 

Un rayo de sol acaricia cada pequeño cairel que se resbala por mi hombro, un escalofrío me recorre de pies a cabeza, y esto empieza a saber a monotonía que me pesa con mucha firmeza. 

La nostalgia me pinta con su pincel desgastado, me cosquillea el deseo de pertenecer y así prevalecer. Inhalo su pasión al pintar mi cuerpo y marcar el rastro de todo lo perdido, siento su dedo sobre mis cicatrices y mis pendientes con matices, siento sus lágrimas caer sobre mi pecho. Es ahí cuando la abrazo y ambas complementamos las penurias de la otra. 

 

Envuelta en la abertura de mis brazos y caminando a zancos, la nostalgia se vuelve vida mía. Entre lo agridulce del latir y tanto sentir, acepto que la cordura no llegará a mí y seré yo quien de vuelta a estribor o más bien a babor. 

Y me preocupa andar a ciegas entre una multitud en busca de pétalos de peonias, me preocupa mirar el miel de tus ojos y no saber adherirme a él. Oh la miel… Puede ser la hiel que hiere mi piel, no lo sé, pero decido quemarme al ver el reflejo del sol rebotando hacia el corazón. 

 

Vida mía, tú que ocultas mis poemas desdichados entre los rincones de tus temores, tú que bailas al ritmo de mi son con desbordante pasión, a ti que aprendí a saber quererte cuando buscaba odiarte, te pido ahora me guardes. Guárdame de la incesante lluvia que golpea mi ventana y empaña los vidrios, guárdame del temor a lo desconocido y del miedo a que me mire distinto.

 

Te lo ruego vida mía, escóndeme del vasto bosque que se esconde en esos encantadores luceros; estrellas fugaces que iluminan la ciudad de lo inhóspito. Ojos que cargan consigo la belleza inefable que me deja atónita, que son la pauta de aquel génesis. Que pareciera utopía lo que aquellas constelaciones me dicen con su fulgor en cada noche de octubre, cada noche de frío inexplicable desde esa tarde miserable que condeno cada que me encuentro volando en suspiros ajenos, suspiros con desenfrenos. 

 

Quiero ser aquella dicha de mis propias desdichas y ser de corazón estoico sin buscar descoloco. Tocando la hendidura que me contradice, me doy cuenta del tiempo que transcurre y viaja sigilosamente tras de mí. La tinta del pinta labios se hunde en nuestra almohada, la cual huele al perfume de mañana con la persiana cerrada. Con los pies entrelazados y corazones embelesados en una tibia tarde un poco cobarde, por fin comienzo a sentir el hambre carcomiendo sus uñas y quemando de mis lagunas. Es ahí cuando el tiempo se detiene.

 

Giro la cabeza y siento el espasmo de mi mano encontrando la tuya, mirándonos desde lejos y anhelando la quimera. Siento como tú también sientes ese aroma dulce que se impregna de memorias, de recuerdos, de sonrisas inocentes y navegantes de los mares con glaciares. Tu amor entelequia para mis ojos es, pero, aunque lo irreal se manifieste tan profundo a través de mis vitrales, yo decido germinar un amor inmarcesible y que arrulla en vela. 

 

Seré eterna amante del dolor que me atormenta, del rayo del sol que me acaricia la espalda, del estruendo de corazones sigilosos; amante de amarte y de todo lo que eso conlleva. Soy amante de mis pisadas desgastadas que se han adherido al suelo de mármol, ese mismo que se ha quebrado tantas veces y no lo parece. 

 

Me duele y soy amante de mis plegarias dementes que carecen de firmeza y solo se balancean de tus inestables manos. Me gusta ser el gusto de mi poeta y estar entre los callados versos del alma que profanan, soy amante de la lírica de aquellas perlas incrustadas en los adentros del deseo. Soy todo aquello que la libertad busca para hacer presa. Por esto, este es y siempre será el diario de una poeta que decidió volverse amante. 

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