
Diecinueve de noviembre
Bunnic
Esta historia, a pesar de su título, no inició ni se terminó en un diecinueve de noviembre, ni pasó nada importante en esa fecha. El día del comienzo es desconocido por todas las partes involucradas, pues pasó hace tantos años, cuando apenas teníamos unos doce años, que ahora, teniendo ambos poco más de dieciocho, es imposible que lo recordemos. Al menos yo no lo recuerdo.
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Sé que fue después de agosto y antes de diciembre, pero no sé la fecha exacta en la que comenzó a gustarme, ni la fecha en la que prometimos esperar juntos a que cumpliera quince y mis papás me dieran permiso de tener novio, ni cuándo fue que entendimos que era una idea muy tonta, y que los dos éramos muy tontos y muy niños para jugar a ser novios aunque nos sintiéramos tan grandes teniendo trece años. También sé que fue un veintiséis de mayo cuando nos volvimos a hablar, cuando yo ya tenía catorce y creía haber superado todo lo que pasamos, todos los sentimientos y todos los recuerdos. Lo creía, porque creía que me gustaba alguien más. A él le seguía gustando yo, y le seguí gustando por mucho tiempo a pesar de tener ya quince y que yo ya iba por mi tercera “relación” después de él, aunque en el fondo supiera que al final sería él con quien terminaría. O al menos eso creía.
No recuerdo la fecha en la que dejó de hablarme, ni cuándo descubrí que fue porque tenía novia y ya no le quedaba tiempo para mí. Aunque yo también tenía novia, siempre encontré tiempo para él porque se suponía que éramos mejores amigos. Recuerdo que fue un doce de noviembre cuando terminé con esa novia, y fue algunos meses después, cuando los dos teníamos dieciséis, y la suya lo había dejado, que volvimos a hablar, aunque lo único de lo que hablábamos era de ella porque era lo único en lo que él podía pensar.
No sé bien cuándo fue que comenzó a venir a mi casa al menos dos veces por semana, ni en qué momento jugar videojuegos se volvió algo romántico, ni la fecha de la primera vez que me erizó la piel que acariciara mi cabeza. Tampoco sé qué día era cuando me besó por primera ocasión en la sala de mi casa, con la luz apagada y la tensión en el aire porque nos daba miedo que mis papás nos encontraran. Aunque sí recuerdo sentirme mal al respecto, porque pensaba que para él solo era un beso sin significado de fondo, ni razón para hacerlo que no fuera simplemente querer un beso.
Recuerdo también que fue en septiembre cuando comencé a dudar de sus intenciones en esa fiesta en la alberca, en el cumpleaños de mi prima. Yo no había aceptado todavía que me gustaba, que alguien lo insinuara me parecía ofensivo, pero pensar en gustarle a él me emocionaba, y se sentía posible cuando mencionaba a esa compañera de la escuela a la que solo veía como mi amiga pero que a él le preocupaba que pudiera ser algo más.
Sé bien que fue un diez de octubre cuando me di cuenta de que era tonto fingir que mis sentimientos no eran románticos. El once era su cumpleaños diecisiete y yo le escribí una carta en la que afirmaba creer estar destinada a quererle, aunque jamás creí en el destino. Nunca había escrito nada así sobre un amigo ni había tenido tantas ganas de besar a nadie antes de él, era obvio que me gustaba, y negarlo solo me hacía ver más tonta. Le escondí la carta en un bolsillo cuando estaba distraído y la leyó en el camino a su casa mientras lloraba por lo mucho que le gustaba.
No recuerdo qué día exactamente fue cuando ambos aceptamos que nos gustábamos, creo que fue el catorce de octubre pero no estoy muy segura, aunque sí recuerdo que fue el veintinueve de ese mismo mes cuando peleamos por primera vez. Una primera pelea que llevó a muchas más, aunque me había asegurado que lo había resuelto y no volvería a pasar.
Sé que fue un veinte de noviembre el día en que me pidió ser su novia, fuimos al acuario y a un parque y al final del día peleamos. Un tema diferente que también fue recurrente aún después de que asegurara de nuevo que no volvería a hacerlo y que iba a resolverlo. Debí terminar con él en ese momento, aunque no lleváramos ni veinte minutos siendo novios, pero solo prometí que lo haría si volvía a suceder. Ese mismo día, o el anterior, o el siguiente, decidimos que un veinte de noviembre no era una buena fecha de aniversario al ser también el aniversario de la Revolución Mexicana, así que decidimos celebrarlo el diecinueve, aunque no lo celebramos ni una sola vez.
No recuerdo cuál fue la fecha en la que rompió su promesa, ni cuándo rompí la mía, aunque fue el mismo día. Tampoco sé cuándo fue la siguiente vez que lo hicimos, ni la siguiente de esa, pero sé que la última fue un trece de julio, cuando me demostró ser todo lo que siempre dijimos que detestábamos los dos. Seis años se me fueron entre las manos al rememorar ese pacto que hice de dejarlo si volvía a pasar lo que ya había pasado tantas veces que no podía contar, mucho menos recordar, y fue el quince de julio cuando decidí que extrañaba a esa chica que podía hacer promesas sin saber que iba a romperlas, y entendí que para tenerla de vuelta debía empezar a cumplirlas, así que lo hice.
No sé si fue el dieciséis o el diecisiete cuando lo cité por última vez y terminé con él. Solo recuerdo el alivio que me llenó el alma al llegar a casa, de saber que no debía seguir lidiando con él y que lo que hiciera ya no sería mi problema. Me gustaría decir que esa fue la última vez que lo vi, pero hoy, a diez de noviembre, teniendo los dos dieciocho años, me lo he vuelto a encontrar dos veces. La primera fue el trece de septiembre, en la fiesta de cumpleaños de una amiga que ni siquiera lo invitó y que me hizo el favor de sacarlo cuando me vio entrando en pánico, y la segunda fue el ocho de noviembre, caminando por la calle, aunque esta vez no sentí nada, ni siquiera al verlo agitando una mano para saludarme.
Sé que no muy en el fondo aún lo extraño, pues cada vez que logro algo y siempre que algo me emociona, mi primer instinto es contárselo y darle todos los detalles para emocionarnos juntos, y celebrarlo haciendo una de las tantas cosas que jamás pudimos. Pero no puedo, porque me prometí no volver a hablarle el veintisiete de julio y, aunque me cueste mucho hacerlo y me pesen los recuerdos, ahora cumplo mis promesas.