

Auscencia
Arizbet García
En la utopía de mi anhelo las cosas son diferentes. Cuando arriba el conticinio me escabullo en él y me resulta reconfortante imaginar qué hubiera sido de ti y de mí si no te hubieras rendido. En esa dimensión el sol tiene la forma de tus ojos que iluminan el alba en cada despertar y sus rayos me cobijan como solían hacerlo tus cálidos brazos. Te observo dormir y vivir, te escribo poemas que hablan del amor que me haces sentir. El aire me mece cual cuna en la luna, sostengo tu mano, me deleitas con tu sonrisa.
Allí el mar no está conformado por las lágrimas que te he llorado, es solo agua pura y cristalina que nos muestra el reflejo de nuestros sueños. Los rosales florecen en invierno y todos los días son primavera que deja entrever tus resplandecientes pestañas que caen cual cascada en manantial. Mi vuelo se asemeja al de los pájaros que se posan en la ventana de la felicidad. No le temo al tiempo, me sintonizo con él cada vez que el minutero suma un número más, pues estando contigo la eternidad no puede importar.
Bailamos y cantamos blues que cuentan la historia de dos locos cuyo amor nació en la flor de la niñez. En esa vislumbrada utopía nos damos el sí ante los ojos de Dios y observamos correr por el jardín a un retoño de ambos. Tus labios conservan el carmesí, y tus besos… ellos siguen siendo míos. Las despedidas son temporales y por las noches escucho con entusiasmo tu rutina y me deleito con tu sabiduría; en esas noches no te abrazo en mis sueños con el temor de despertar y ver que no estás. Allá me gusta visitar los jardines llenos de anhelos y deseos, mi alma vuela, mi corazón no está atado a un alambre de púas y soy libre de cualquier condena injusta.
Justo allí no tengo que despedirme de ti ni verte amar a alguien más. En esta realidad a veces el sol no sale y el frío me congela. Aquí hay fuertes vendavales que me sucumben y me hacen preguntarme qué hice mal. Los tsunamis tocan a la tierra de mi tranquilidad y tu recuerdo aparece en la víspera de mi memoria. Las rosas están marchitas, todos los días son invierno. Odio el tiempo, corro más de prisa intentando ganarle la carrera con ansias descomunales de llegar con exactitud a un sitio, pero ¿a cuál?
Todas las canciones le cantan al dolor y no al amor; a veces tiendo a pensar que Dios se niega a escucharme. Mis poemas son rimas vacías debido a tu ausencia. Me tengo que conformar con abrazarte en mis sueños y negar el hueco en mi pecho al despertar y caer en cuenta de que no estás. En esta realidad me tocó perder, en esta vida no tuve derecho a escoger.