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La gata

Guadalupe Manjarrez

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Había una vez una gata callejera que llegó a trastocar mi vida. Venía hambrienta en todos los sentidos. 

La acepté sin aceptarla, me vi obligada por las circunstancias, pero conforme fue pasando el tiempo parecía que estaba viendo mi reflejo en el espejo. 

La Gata tenía las mismas emociones que una persona; en ocasiones muy huraña, otras muy melosa y en otras fogosa. 

Sus grandes ojos azules parecían un pozo profundo de mar, un trozo de cielo estrellado o simplemente el hielo de una indiferencia que mata. 

Podía pasar horas viendo a través de la ventana y yo tratando de adivinar sus pensamientos, siempre con las mismas preguntas: 

—¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Realmente eres feliz? ¿Será que extrañas tu vida anterior; llena de incertidumbre, peligro, pero al mismo plagada de aventuras?  

Saltar de techo en techo, tener encuentros furtivos a la luz de la luna con cualquier gato del vecindario; entrar y salir de algún lugar sin pedir permiso, ser libre de dormir en un carro viejo y lamerte el pelo hasta sacudirte el polvo, volver a estar limpia sin mancha ni vergüenza. 

O, simplemente dejas transcurrir el tiempo en la comodidad de un sillón caro sin detenerte a pensar y solo mirar la vida a través del cristal. 

La Gata llegó para quedarse, porque en cierta forma, esa Gata soy yo. 

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